jueves, 3 de mayo de 2007

Chicle de bola.

Pues como han podido leer anteriormente, mi niñez pertenece al comienzo de los setenta, la de los Geyperman, los juegos reunidos, Caponata, la Cometa Blanca (snif), los Cropán, Mazinger Z, Comando G de la cual aún me acuerdo de la música y letra, los carricoches hechos con un tablón y dos cojinetes, de la televisión en blanco y negro, luego a color, del UN, DOS, TRES, de los chicles de bola. Sobre estos últimos tengo una anécdota, eran aquellos unos chicles que hoy día no pasarían el control de calidad, porque eran de un tamaño desorbitado para los tristes dientes de leche de un crío como el que ya de mayor escribe este relato. Como decía, era tan grande que si hiciera el símbolo de “OK” con los dedos no me cabria uno entre el pulgar y el índice.
Bien, andaba yo con mi madre al rente de sus piernas cuando va y se me antoja uno de aquellos chicles.
-Maaa cómprame un chicli, ma cómprame un chicli, un chicle anda maaaa.
-¡yas jodioo niño coño! ahora quiere un chicle. Toma cinco pesetas y ven volando.
He de decir que estábamos en La Alameda de Colón, donde paraban todas las guaguas (autobuses para los peninsulares y peninsularas) y había en medio un pequeño kiosco, más destartalado que tieso, allí se encontraba el objeto de mis deseos infantiles
-Hola, me da un chicli di bola
-Toma, son cinco pesetas (qué tiempos aquellos….)
Esos chicles redondos y de colores; te podía tocar verde, rojo, azul, rosa…. Pero todos sabían igual y si te demorabas mucho con uno de ellos en la mano, te ponías perdido con el colorante que te manchaba todo. Me lo metí entero en la boca, sin partirlo. Entró hasta el fondo, mi glotonería siempre me ha perdido y en esta ocasión casi me mata. El muy ladino se me fue hasta la campanilla y allí se me quedó. Debí poner unos ojos como platos y eché a correr como un pollo descabezado hacia mi madre que al verme llegar entre morado y azul se debió imaginar el potaje.
-¡¡¡¡Maldito chiquillo coño, escupe el chicle!!!
-Jjjjjjjjj, JJJJjjjjjjjjjj, JJJJJJjjjjjjjjj (nopuedonopuedonopuedonopuedonopuedo era mi pensamiento)
Y acompañaba mi madre tan bello grito, con unos mamporros de agárrate y no te menees que me soltaba en todo el lomo. ¡CATACRIAAAÁN! Leñazo va ¡CATACRIAAAÁN! Leñazo viene.
Ante lo feo del asunto ella opta por la salomónica decisión de engarfiarme por los pies y ponerme boca abajo colgando como unos tollos secándose al sol. A lo que además había que sumarle unos meneos arriba y abajo que…. En fin, imagínense la escena: niño azul, boca abajo, meneo, meneo, meneo, SACUDIDA, SACUDIDA, la parada de guaguas llena de gente, las guaguas que pasaban llenas de gente (carajo), las que paraban llenas de gente (RECARAJO), la Alameda llena de gente y yo allí boca abajo. Los árboles tenían las copas en el suelo, las cholas azules de mi madres las veía subir y bajar, mis brazos ya no me obedecían y me daba unos golpetazos en las muñecas contra el suelo tremendos. Y el chicle………que no me abandonaba, le debió gustar mi campanilla y querría afinarla o algo porque yo no lo entiendo…….
¡POP! Bueno, no hizo esa onomatopeya, pero ayuda. La dichosa esfera salta de mi boca y describiendo una parábola (que diría D. Juan mi profesor de física) cae al suelo. Ni siquiera estaba mordida.
-¡¡¡¡¡¡AAyyy niño del demonio, descendientedediezmilgusanoscriadospormonos!!!!!!!
Y me suelta………..¡CATACRIAAAÁN! por si éramos pocos…… el revuelo era ya general, yo creo que habían palcos, anfiteatros altos, bajos y hasta gallinero observándonos. Mi madre mareada como un baifo y yo sustituía mi color morado por el de rojo vergüenza, ¿saben cual es? Si, ese que se te pone cuando te caes en la calle y casi ni rozas el suelo, rebotas y automáticamente te pones en pie pensando:
-JOEERRRRRRRRRR ¿esto me pasó a mi? Jooooeeeerrrr.
-Tranquila señora tómese este vasito de agüita con azúcar que le espabilará- salta uno de por allí.
Para acabar el sainete, decir que mi madre tardó mucho en volver a darme cinco pesetas y para cuando cedió, siempre me decía:
-No se te ocurra comprar un chicle de bola.
-No maaa.
Pero claro los amiguetes, ya se saben, son una mala influencia.

1 comentario:

Anónimo dijo...

¡Qué bien lo has contado!
Una parece confundirse con el protagonista y vivir la historia en primera persona.
Ahora con el paso del tiempo te ries de aquello, en su día no te hizo tanta gracia ¿verdad? jajajaja

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